miércoles, 4 de mayo de 2011

La muerte de Bin Laden. Sabor agridulce.

Una de las frases más recurrentes que he escuchado en estos día reza: "Ya tienes que ser muy hijo de puta para que te mate un premio Nobel de la Paz".
La noticia de la muerte de Bin Laden a manos de las fuerzas de élite de EE.UU. me deja un sabor agridulce. La alegría que me da pensar que un asesino sanguinario ya no podrá volver a cometer ninguna fechoría se ve empañada al conocer que no lo veremos ante un juez y en un juicio justo. Y conforme pasan las horas y se van sabiendo más detalles, se me hace más difícil digerir lo ocurrido. El fin no justifica los medios.
Bin Laden iba desarmado. ¿De veras no hubo otra opción que matarlo? La sombra de la duda planea por todos lados.
Ahora nos enteramos que ha sido crucial el testimonio de un detenido en una de las bases que tiene EE.UU. en el mundo para averiguar el paradero del jefe de Al Qaeda. Parece que se quieran justificar los interrogatorios forzosos (vaya eufemismo. Con lo fácil que es decir torturas) que se llevan a cabo en sitios como Guantánamo. Si gracias a las tortura se acaba con Bin Laden, ¿Están justificadas estas acciones? Desde mi punto de vista: NO. Pero claro, eso es muy fácil decirlo desde mi despacho.
¿Qué me habría gustado?:
Pues que le hubieran trincado vivo, que le hubieran llevado al Tribunal Internacional de La Haya y que se le acusase de crímenes contra la humanidad, ya que atacó en diferentes países y sus víctimas son de los cinco continentes. Me habría encantado que hubiera tenido un juicio justo, (algo que no tuvieron sus víctimas) con un abogado defensor y todas las garantías. Habría sido su mayor derrota y nuestra mejor victoria: la justicia y las formas de un mundo verdaderamente libre. Un mundo capaz de juzgar como a un hombre al mayor asesino desde Hitler.

No hay comentarios: