viernes, 24 de octubre de 2008

Harus Rikki (Quédate fuera)


Las montañas no hablan al que no quiere escucharlas. Pero si las miras con ojos agradecidos puedes oír el rumor de sus palabras viejas y sabias. Hay montañas frondosas y picos pelados; las hay con cimas heladas y otras que se derriten, pero todas han visto tantas cosas que siempre tienen algo que contar. Pero Daniela aún no se da cuenta de ello porque está dormida en un tren que la lleva al norte. Siempre irá al norte.
Sin saberlo, la chica pasa cerca de las estribaciones que tendrá que subir luego, pero ahora ella duerme y sueña que en el Museo de la Expectativas todos la están esperando, que la promesa de su llegada es tan firme que ya está allí y por eso gentes de todo el mundo se han acercado a esperarla. Hay personas de todas las razas y reina una gran algarabía. El Museo ha sido decorado especialmente para recibirla como se merece. Guirnaldas de todos los colores, brillantina en las paredes y plantas exóticas traídas de los más recónditos rincones del planeta ayudan a evocar un ambiente festivo que explotará cuando Daniela cruce el umbral de la puerta de tan insigne lugar.
La chica está emocionada. Es su sueño y ella decide cómo es el Museo y dónde se encuentra. Hoy lo ve en una plaza que se parece a la de su pueblo, pero en vez de la iglesia hoy ahí hay otro edificio. Es de planta extraña, como si la perspectiva haya dejado de responder a los cánones normales en los que todas las líneas se dirigen al punto de fuga y cada recta fuera por su cuenta. Las formas son cambiantes, pero eso no asusta a Daniela que no hace más que saludar a ambos lados de la calle a la gente que no hace más que darle la bienvenida.
La plaza también está engalanada y de vez en cuando un petardo o una traca ayuda a darle al ambiente mayor emotividad. Un niño se le acerca con ojos claros y pelo rubio. Está serio, como si aquella fiesta no le gustara. Se para delante de Daniela, la mira y le dice:
- kymmenen etsiä rikki. (qué buscas aquí?) Y se marcha entre el bullicio de la gente.
Daniela se queda perpleja. Por primera vez en su sueño no ha entendido una frase a pesar de que todos los que la rodean son extranjeros como ella en una tierra extraña que si embargo le parece familiar. Por eso olvida pronto el encuentro con el niño y sigue su camino hacia la puerta del Museo que tiene en frente, a pocos metros. Más muestras de cariño. Un joven que no se parece a nadie le dice que lleva tiempo esperándola y que ahora que la ve ya puede marcharse. Con ella ha llegado la felicidad. Eso hace sonreír a Daniela que ya se cree la salvadora, la portadora de una buena nueva, una mesías que anuncia una verdad por todos sabida.
Ya está a sólo unos pasos de la entrada del Museo que sigue cambiando de formas, ajeno a las normas de la perspectiva, con sus propias reglas. Allí el bullicio es mayor si cabe. Un montón de gente se arremolina junto a la puerta conteniendo la respiración y con sonrisas de éxtasis. Daniela está tan alegre que no se percata de que unos ojos grandes en un cuerpo diminuto la siguen mirando desde hace un rato. Desde que le habló en su lengua materna. El niño de grandes ojos azules como el mar que ve cada mañana al levantarse en su casa de Cabo de Gata no ha dejado de mirarla desde que se perdió entre el gentío. Es pequeño y consiguió escabullirse sin problemas entre las piernas de los mayores, pero eso no era una huida, era un paso atrás para ver si la chica reaccionaba. Daniela no le ha visto en todo este rato, ni siquiera cuando se ha vuelto a acercar a ella desde su derecha y casi la ha tocado. Estaba a un palmo de distancia y sin embargo los halagos de la gente nublaron su visión hasta hacerla deforme, inhumana. Una sonrisa del tamaño de una plaza. Las personas ya no eran personas, eran gente, una gente, un sentimiento.
Por eso Daniela se sorprende tanto cuando vuelve a ver al niño delante de ella en la puerta del Museo. Su cara es diferente a la del resto de los que están allí y su actitud también. En niño está quieto, desafiante; capaz que tiene las piernas un poco abiertas como los buenos de las películas del oeste. La espera en la puerta en medio del camino que ella debe recorrer, cortándole el paso. A Daniela no le gusta esta visión. Este niño le está estropeando el sueño mucho más que el traqueteo del tren en el que viaja. El semblante de la chica cambia y también se hace más duro.
- ¡Qué es lo que quieres? Le pregunta desafiante, sabiéndose apoyada por el gentío que puebla la puerta del Museo.
- Harus Rikki! (quédate fuera) - grita el niño acallando a la masa. -Harus Rikki! Repite una y otra vez para que todos puedan oírle.
Daniela no comprende las palabras del pequeño que la sigue mirando desafiante, como si estuviese dispuesto a defender su posición con la vida. El niño cambia ahora el semblante, apaga su poderosa pose y le pide con señas a la joven que se acerque poco a poco donde él se encuentra. El público calló hace un rato, con los chillidos del niño, y permanece ahora en silencio, esperando que Daniela llegue donde está el pequeño rubio y haga algo. No sabemos qué.
Un paso. Otro. Daniela se acerca al niño y se coloca frente a él. El pequeño no se ha movido de su posición y sigue allí, ahora con el rostro menos agresivo, como si ya hubiera logrado parte de su objetivo. Le hace señas para que Daniela se agache y se sitúe a su altura. La joven obedece desconfiada y nerviosa. Hace rato que se le ha fastidiado la fiesta. No entiende lo que ese mocoso quiere decirle y eso la desasosiega más que cualquier cosa en esos momentos. El rubio acerca la mano al oído de Daniela y muy bajito, para que sólo ella pueda oírle le dice:
- Lo difícil no es llegar al Museo, lo complicado es entrar… y lo imposible puede ser salir. Y tú todavía estás en camino. No intentes atajos.
- Pero esto no es un atajo. He llegado a las puertas mismas del Museo y toda esta gente ha venido a celebrarlo conmigo. Dice Daniela algo insegura y sin terminar de comprender porqué ahora si entiende al niño.
- Sí. Si que es un atajo. Y para llegar al Museo hay que recorrer todo el camino. El de ida y el de vuelta. Dice el niño tranquilo y seguro de sus palabras. Entonces, da unos pasos para atrás, de da media vuelta y desaparece entre las formas extrañas del Museo convirtiéndose en una ventana de colores.
Daniela se ha quedado tan muda como la gente que la acompañaba y que ya no ríe. Más bien están expectantes, pero ya no parecen amigos, ahora son una jauría de desalmados deseando que cometa un fallo para celebrar su derrota. Son viles. Es la masa informe que le desea lo peor, que espera como carroñeros a que se desplome para comerse las sobras. Babeantes. Ruines, infames, traidores.
Es una situación indeseada. Daniela tiene dos opciones, o entra en el Museo que se alza frente a ella o se da media vuelta y se retira como desean todos. La duda la asalta, la tiene atenazada y nerviosa. Mira a ambos lados, a las dos posibilidades. Sabe que entrar está mal, que es pronto, el niño tiene razón. Debe tenerla. Pero alejarse ahora que está tan cerca sería darle satisfacción a todos esos que han venido desde tan lejos para verla fracasar. No sabe qué hacer. No. No sabe.
Entonces un sonido extraño sale del Museo. Es una campana, una sirena… un ruido. Es difícil precisarlo. El sonido se repite pero ahora no sale del Museo, ahora viene de otro lugar más lejano, quizás del mismísimo cielo. Otra vez el sonido. Ahora le es más familiar, pero no sabe de dónde viene. Suena por todos lados y cada vez más presente, menos falso, más real. Una mano se apoya en su hombro y una voz amable le dice:
- Señorita, despierte. Hemos llegado a Oviedo.



La ciudad estaba encantada y eso lo sabía todo el mundo que vivía allí. Se habían acostumbrado a habitar por calles que cambiaban de lugar a cada momento; edificios que se convertían en personas y personas que se convertían en edificios. Los árboles no paraban de reír o de llorar dependiendo de la época del año en la que estuvieran y las losas rojizas del suelo de las calles se quejaban si se las pisaba demasiado fuerte. Oviedo era una ciudad con truco y para vivir en ella había que saber los códigos ocultos escondidos en esquinas invisibles.

1 comentario:

Verònica dijo...

Fue un sueño.. podria haber sido un delirio.. fue interesante leerlo, a veces queremos llegar cuanto antes al objetivo, cuando lo verdaderamente importante es tener el objetivo y todo lo que se vaya sucediendo en el camino que nos conduzca a èl... eso, gracias por recordarmelo en una lectura tan amena. un beso Sergio!!!