domingo, 23 de diciembre de 2007

Pollos Asados



A pesar de que era diciembre y eran las 10 de la noche, un calor abrasador hizo abrirme el chaquetón para poder respirar. El famoso cambio climático no tenía la culpa de todo aquel exceso térmico que me agobiaba más de lo debido y que provocó que incipientes gotas de sudor comenzaran a poblar mi atormentada frente.
- Un pollo. Dijo un señor recién llegado al establecimiento.
- ¿Cuál? Respondió una de las tres chicas que se apostaban tras el mostrador.
Entonces todos me miraron, o al menos, eso creía yo hasta que me di cuenta de que estaba junto a la enorme parrilla de los pollos asados de la tienda que hay justo en la esquina de mi calle. Ése era el motivo de que todas las miradas se dirigieran hacia mi. Bueno, en realidad intentaban ver lo que había detrás de mi... Y también era el motivo de mis calores el plena noche otoñal.
Me aparté un poco para que el hombre pudiera ver toda la parrilla con comodidad. El tipo miró los pollos uno por uno mientras daban vueltas y más vueltas, asándose como pollos que eran.
- Ése. Dijo al fin el hombre mientras señalaba el que parecía más churruscadito. No parecía muy convencido de su elección. Quizás pensaba que alguien se había llevado el mejor ejemplar o que él mismo se lo estaba dejando allí, dando vueltas, empalado.
Una de las chicas salió del mostrador para sacar el pollo de la parrilla mientras una pareja de jóvenes, bastante pijos por cierto, entra por la puerta.
- ¿Me da un serranito, por favor? Pide él educadamente.
- ¿De pollo o de cerdo? Contesta la chica que es la jefa. El chaval mira a su novia y ésta le dice algo al oído.
- De pollo. Sentencia el pijín.
- Mira, como tú. Me dice la jefa mirándome divertida. Sara es quien manda allí. No tiene más de veinte años. Ella no me reconoce aún, pero yo si, porque compro aquí una vez a la semana y porque...
- ¿Este Fin de Año nos vamos las tres a Herrera!
... porque Sara, que es quien me ha interrumpido, es de ¡Herrera, un pueblo que está a siete kilómetros del mío, Estepa. Ella no lo recuerda pero ya lo hemos hablado alguna vez. Así que para hacer tiempo la pongo al día.
- ¿Las tres sois de Herrera? Pregunto.
- No, sólo yo. - Me contesta Sara.- ¿Y tú como sabes que soy de Herrera?
- Porque yo casi soy de Estepa. Le digo.
- Ya me sonaba tu cara... Me dice divertida. Luego mira a sus compañeras y se ríen las tres.
El pijín pega un respingo. Su novia acaba de sacarle un grano de la cara y debe haberle dolido. ¿Por qué todas las novias adolescentes tienen que sacarle granos a sus novios? ¡Qué manía! Ella está de espaldas y así, se parece a mi ex novia una barbaridad. Aunque el mérito no es de la chica sino de mi mente obsesiva, capaz de relacionarla con los asuntos más insospechados y encontrarle parecidos razonables en todos sitios. Se trata sin duda de una mente privilegiada pues es muy capaz de relacionarla con los chiquiprecios, una cadeneta, o con la temperatura del cristal delantero de un coche. Habrá que reconocer que eso no está al alcance de todos los cerebros.
- ¿Quién canta esto? Dice una de las chicas mientras llegan a mis oídos reconocibles sones colombianos. Las otras dos se menean torpemente tras el mostrador. Incluso se golpean entre ellas, como si quisieran sacarse la respuesta a guantazos.
- ¡Ricky Martín! Dice una.
- ¡Noooo! Dicen las otras dos.- Este no es de Puerto Rico, tiene pinta de más pobre.
Mientras, la música suena "Si, si, si, que tú eres mi consentida y que lo sepa todo el mundo"
Carlos Vives. Me atrevo a decir.
- ¡Siiii! Gritan las tres dando saltos de alegría. Parecen tres jóvenes que acaban de ganar un concurso de telerrealidad. No sé si es Operación Triunfo o Gran Hermano.
- ¿Y mi pollo? Pregunta el hombre del principio.
- ¡Ah, sí! -Dice la chica que había ido a por él.- Aquí lo tiene.
- Yo no lo quería cortado.- Dice el hombre con cara disgustada.- Es que en mi casa nos gusta cortarlo todos juntos.
Las tres chicas se miran extrañadas, quietas, sin saber qué hacer. Al fin una de ellas aparta el pollo que ya tenían preparado, metido en una bandeja de aluminio, a punto de cerrarlo, con su tapa de cartón con una foto de un pollo humeante en el centro, y lo deja en una esquina mientras se dirige a por otro. Lo aparta de la parrilla y sin cortarlo ni nada lo mete como puede en otra bandeja. El asado casi no cabe así que lo tiene que aplastar un poco para poder cerrarlo.
- Lo siento. Dice el hombre.
- No pasa nada.- Le contesta Sara.- Lo malo es que nadie que venga ahora lo querrá porque la gente piensa que lleva ahí desde esta mañana.
- Lo siento. Insiste el hombre mientras paga y se marcha a la carrera.
Las tres chicas siguen bailando tras el mostrador. Se miran unas a otras sin intención de parar, incluso bromean bailando muy pegadas, haciendo un sándwich corporal. Ahora suena algo parecido al merengue, aunque no logro averiguar de qué se trata. De pronto, Sara empuja violentamente a una de sus colaboradoras.
- ¡Quitarse! Que siempre tengo a una por delante y a otra por detrás.
- Eso sonaría fatal en cualquier otro contexto. Digo sin pensar.
Las tres se me quedan mirando. Han dejado de bailar. Me sonrojo pensando que quizás se hayan molestado. Quizás he abusado de su amabilidad y tampoco se trata de eso.
- ¿Eso qué quiere decir? ¿En cualquier otro qué? No te entiendo. Me dice la más joven mientras me mira como si le hubiese hablado en alemán.
- Sitio. En otro sitio. Le digo casi tartamudeando.
- ¡Aaaaaah! ¡Ja, ja, ja! .-Rien las tres a carcajada limpia mientras se vuelven a golpear unas a otras.- Ahora me entero.
Es evidente que la palabra contexto en ese contexto está totalmente fuera de contexto.
- ¿Quieres alioli? Me pregunta Sara.
- Si, por favor. Le digo.
Sara toma una jarra enorme y vierte el líquido espeso sobra las patatas. Luego cierra el plato envolviéndolo con papel de aluminio y lo mete en una bolsa de plástico con cuidado de que quede boca arriba.
- 2,40 €. Me dice.
Pago y me despido. Dejo a la pareja de pijines esperando su serranito de pollo. Ella insiste en alternar besos húmedos con intentos de sacar granos con esos dedos finos cartilaginosos y él mira desesperadamente a las chicas que, desde el fondo del mostrador, no tienen ninguna intención de sacar su producto antes de la cuenta. Sabe que está perdido.
Es viernes noche y me voy a casa a cenar sabiendo que ya he tenido mi experiencia nocturna. Mejor me quedo en casa viendo la tele y me olvido de que no tengo con quien salir. Al fin y al cabo, no creo que ningún bar me pueda ofrecer mejores espectáculos que la pollería de abajo.

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